La derecha no aprende

Por: Wilson Tapia Villalobos

El nuevo mapa político de América del Sur muestra preponderancia de gobiernos de derecha. Hasta ahora no habían definido pasos conjuntos, pero ya han comenzado y apuntan a hacer un subcontinente perfectamente alineado a los dictados de Washington. Iván Duque, flamante y ultraconservador presidente de Colombia, anunció el retiro de su país de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Y tal como lo dijo el canciller Carlos Holmes, se espera que otras naciones -entre las cuales estarían Chile, Perú y Argentina- tomen una decisión semejante. La actitud de Colombia intenta borrar la acción que iniciara el entonces presidente brasileño Luiz Inacio “Lula” da Silva, a mediados del primer decenio del 2000. Su objetivo era crear una entidad que respondiera a intereses genuinamente del subcontinente y no se encontrara orientada por la política estadounidense, como la Organización de Estados Americanos (OEA).

Claro que en una década el mapa político de la región ha cambiado. En el momento en que se crea la UNASUR (2008, y entra en funciones el 2011) varios gobiernos apoyaban la idea de Lula de integrar cultural, social y económicamente a las naciones de la región, prescindiendo de la injerencia norteamericana. En esa línea estaban, además de Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia, Uruguay, y contaban con la anuencia -algo forzada- de las restantes naciones de la región. Sin embargo, en 2017 las tensiones al interior del organismo se hacen patentes y se forma el Grupo de Lima (GL), orientado exclusivamente a plantear una solución a la crisis que se vivía -y aún persiste- en Venezuela. En la conformación del GL queda en claro el nuevo panorama que se había dibujado en la zona y que abarcaba, geográficamente, más que UNASUR. Originalmente, el Grupo de Lima estaba integrado por Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú.

La salida de Colombia de UNASUR no hace más que confirmar la decisión de la derecha latinoamericana de recomponer el esquema tradicional de la región. Y este no es otro que el sometimiento a las políticas de Washington. En tal sentido, el GL aporta una excelente oportunidad. La condena a Venezuela, y a las acciones de su gobierno, es permanente. Una buena compañía para la política exterior del presidente Donald Trump, que respecto de la región se caracteriza exclusivamente por ser reactiva y condenatoria frente a los regímenes que mantienen posiciones autónomas, nada más.

Lo que se está viendo demuestra que los anuncios que reiteradamente se escucharon acerca de la aparición de “una nueva derecha”, no eran más que frases publicitarias. El apego a concepciones sobrepasadas, el manejo de la política por los grandes capitales, el nepotismo, el creer que los países se pueden gobernar como haciendas, son algunas de las características que estamos volviendo a ver en naciones dirigidas por la derecha. En Chile, la incapacidad de dejar atrás el conservadurismo extremo ha significado la salida de dos ministros. Y las carteras afectadas están íntimamente ligadas: Educación y Cultura.

Gerardo Varela, ex ministro de Educación, dio muestras de un profundo desprecio por las luchas de la ciudadanía para alcanzar mejores estándares en el crucial rubro que él manejaba. Su mirada de la realidad se encuentra muy alejada de las actuales percepciones ciudadanas. Para él, la educación pública es un instrumento secundario, en la medida que hasta ella llega el segmento humilde del país. Y en cuanto a su postura ante las demandas más sentidas en la actualidad, demostró encontrarse atrapado en una concepción que las nuevas exigencias sociales han dejado atrás. La verbalización de su mirada de patrón de fundo le costó el puesto.

El ex ministro de las Culturas, Mauricio Rojas, ostentó el cargo sólo 90 horas. Todo un récord. Su salida del gabinete fue el triunfo de quienes forman el conglomerado social que él debía encabezar: la cultura y las artes. Rojas, un conservador, se formó políticamente en Suecia. Hasta allí llegó como exiliado, afirmando pertenecer al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), historia falsa que mantuvo durante años. De familia izquierdista -su madre, socialista, fue perseguida y torturada por la dictadura-, en Suecia sin embargo, formó parte del Partido Liberal, agrupación de extrema derecha. Fue parlamentario por dicha colectividad. Hace tres años, junto al actual canciller, Roberto Ampuero, publicó el libro “Diálogo de Conversos”. El título obedece a la supuesta condición de ambos de haberse formado en la izquierda -Ampuero, efectivamente, tiene un pasado comunista-, lo que los habría obligado a dejar Chile. Allí, los dos minimizan los atropellos a los DDHH en la dictadura cívico-militar encabezada por el general Pinochet. Ampuero y Rojas desconocen el valor que tiene el Museo de la Memoria. El actual canciller lo tacha de “Museo de la mala memoria”, y Rojas habla de él como “un montaje” de la izquierda. Las visiones de la historia de Chile del canciller Ampuero hasta ahora no le han causado problemas.

El pensamiento retardatario y abusivo respecto de la realidad chilena por parte del actual gobierno no ha quedado allí. Pese al obligado reacomodo ministerial, los problemas no han terminado. La relación con el Partido Demócrata Cristiano, con quien la administración Piñera esperaba contar para proyectos legales emblemáticos, se ha deteriorado gracias al nombramiento de otro funcionario. Se trata de Luis Castillo, recién designado subsecretario de Redes Asistenciales. El médico en cuestión es sindicado como uno de los responsables del encubrimiento del magnicidio del ex presidente Eduardo Frei Montalva, durante la dictadura militar.

Lo que ocurre con la administración Piñera no sorprende. Algo similar se ha visto en otras naciones de la región y también en la primera administración del actual presidente chileno (2010 – 2014). No es nuevo ese tufillo de dueños del país. Y como tales, se sienten autorizados para llevar a cabo acciones que estén en contra del sentir de los ciudadanos o que lisa y llanamente desconozcan las consecuencias de hechos históricos. Finalmente, el país les pertenece…

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